RESEÑA TV | The White Queen

¿Es la historia de la monarquía británica la más célebre de cuantas se conocen? Si lo es, desde luego, debe gran parte de su popularidad a toda la ficción, leyendas, romances, piezas teatrales, literatura, películas y series, que han descrito las exaltadas luchas dinásticas entre las distintas casas de nobles por alcanzar el poder sobre las islas –esto es, la corona inglesa–. Así hemos aprendido muchos la historia de esa nación. Gracias a William Shakespeare –y a las adaptaciones cinematográficas de Laurence Olivier y Kenneth Branagh o a las televisivas de la cadena BBC– sabemos que después de Ricardo II reinó Enrique IV, al que sucedió su hijo Enrique V, que dejaría el trono en manos de Enrique VI. Todos ellos tuvieron su correspondiente obra teatra –alguna de ellas dividida en varias partes– gracias a la genial pluma del dramaturgo inglés. Pero el siguiente en subir al trono, Eduardo IV, no mereció titular ninguna pieza teatral de Shakespeare. La explicación es sencilla: todo el periodo referente a la Guerra de las Rosas, entre la Casa de los York y la Casa de los Lancaster, está perfectamente narrado en su Minor Tetralogy, compuesta por las tres partes de Enrique VI y Ricardo III. Precisamente, Eduardo IV  es un personaje recurrente en tres de la obras de esta tetralogía pues fue el primero de los York en ser coronado rey como consecuencia de la mencionada Guerra de las Rosas, destronando a Enrique VI de los Lancaster.

 

Crear una tragedia dedicada exclusivamente a la figura de Eduardo IV habría sido de lo más redundante por parte del maestro Shakespeare y, a decir verdad, gran parte de la popularidad de este monarca se debió a sus conocidos deslices amorosos, material más apropiado para novelas de cariz romántico como la escrita por Philippa Gregory (La otra Bolena) bajo el título The White Queen (La reina blanca). Y como a la cadena BBC las miniseries de época siempre le han resultado una inversión más que rentable –sobre todo si se asocian para temas de producción con algún canal norteamericano ansioso de prestigio, como en este caso Starz–, era cuestión de tiempo que la apasionada historia entre Eduardo IV y la viuda Elizabeth Woodville llegara en todo su esplendor a la pequeña pantalla.

 

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La acción de la miniserie nos sitúa en la Inglaterra de 1464. El conflicto bélico entre la Casa de los York y la de los Lancaster llevaba ya 9 años de sangrado, y había dejado muchas víctimas en ambos bandos. Entre ellos, Sir John Grey of Groby, caído en la Segunda Batalla de San Albano, partidario de los Lancaster (Enrique VI) y primer marido de la mencionada Elizabeth Woodville (interpretada en la serie por Rebecca Ferguson), a quien había dejado con dos hijos y desprovista de recursos –sus tierras le fueron arrebatadas por el bando vencedor–. Al parecer, la conocida entonces como “mujer más hermosa de Inglaterra”, decidió echar mano de sus encantos y reclamar ante el nuevo rey lo que consideraba suyo. Así, Woodville no duda en interceptar una partida del rey por Northamptonshire para pedir clemencia por sus hijos. Eduardo IV (Max Irons) no sólo accede a su petición sino que cae rendido ante el atractivo de Elizabeth a la que no tarda en proponer matrimonio –básicamente porque es la única forma de que ésta acepte sus avances–. Ese casamiento, celebrado en secreto, y su posterior anuncio, siempre han estado rodeados de misterio porque, de entrada, enemistó al joven rey con uno de sus mayores aliados, Lord Warwick (James Frain), que pensaba en una práctica alianza con Francia por matrimonio, y porque Eduardo IV ya había engañado a más de una amante con la táctica de la boda en secreto. ¿Por qué era distinto con Elizabeth Woodville? Obviamente, de ahí proceden la mayoría de teorías románticas (¿estaba Eduardo IV verdaderamente enamorado?) y otras relacionadas con la magia y los embrujos, ninguna de ellas descartada por esta ficción. Aunque, probablemente, sea más interesante saber por qué ella y toda su familia, del bando Lancaster, olvidaron todas sus convicciones en cuanto sintieron que tenían el favor del nuevo rey. Pero no pidamos a la serie un estudio psicológico de la mentalidad de la época porque no nos lo van a ofrecer.

 

 

En realidad, The White Queen funciona muy bien como entretenimiento sin pretensiones, como digno folletín de época al estilo Los Tudor: romance, sexo tolerado, exuberante ambientación, atractivos protagonistas, brillantes secundarios –en especial y hasta lo visto, las extraordinarias Janet McTeer (Albert Nobbs) y Caroline Goodall (La lista de Schindler) como las consuegras Jacquetta Woodville y la duquesa Cicely–, el fervor violento del medievo y un toque sobrenatural –las visiones premonitorias de Elizabeth, los encantos de Jaquetta…–. Es decir, como se esperaba, prima poco el rigor histórico y mucho la diversión, que no es mala meta en sí misma y menos cuando hablamos de televisión. Claro, podríamos exigir mayor profundidad en la descripción de algunos personajes masculinos –ese Eduardo IV que, de momento, se ha dedicado a pasear palmito en la piel de Max Irons, hijo del insigne Jeremy Irons, o el tópico villano encarnado en la figura de Lord Warwick e interpretado por James Frain–, pero lo cierto es que ésta es una historia contada a través de aquellas mujeres que protagonizaron los acontecimientos. Así, el desdibujo de los hombres, sin ser necesario, parece más justificado.

 

La serie escrita por Emma Frost (Shameless) y dirigida a tres por James Kent (Marchlands), Jamie Payne (The Hour, Da Vinci’s Demons) y Colin Teague (The Town), consta de 10 episodios y adapta la serie de novelas escritas por Philippa Gregory bajo el nombre The Cousins’ War, y acoge el título de la primera de ellas, The White Queen, dedicada al personaje histórico de Elizabeth Woodville. Pero, a largo de los capítulos, iremos conociendo a las otras protagonistas de los libros: Margaret Beaufort (Amanda Hale), conocida como The Red Queen (la reina roja) y madre de Enrique VII (primero de los Tudor), y Anne Neville (Faye Marsay), hija de Lord Warwick y esposa de Ricardo III (hermano a su vez de Eduado IV). En definitiva, BBC One propone este verano un poco de historia medieval épica e idealizada –que no hace daño a nadie– y con buenas dosis de espectáculo. No es The Hollow Crown pero tampoco True Blood. 7/10.