CRÍTICA | El cuarteto

El año pasado vieron la luz dos producciones ambientadas en el mundo de la música “clásica” y con la palabra quartet incluida como parte del título: por un lado, la americana A Late Quartet, dirigida por Yaron Zilberman, aún inédita en nuestro país y planteada en clave de drama; por otro, la película que aquí nos ocupa, la británica El cuarteto (Quartet), planteada en clave de comedia. Mientras que en la primera película el término hace alusión a un cuarteto de cuerda, en la segunda, que marca además el debut en la dirección del maravilloso Dustin Hoffman (dejando a un lado su participación no acreditada en la dirección de Libertad condicional), refiere a un cuarteto de voces.

Más concretamente, a las voces de cuatro viejas glorias de la ópera, confinadas en una residencia de la tercera edad para músicos retirados, el hogar Beecham. Cada año dicha residencia celebra el aniversario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el célebre compositor italiano de ópera del siglo XIX, con un concierto destinado además a recaudar fondos necesarios para el mantenimiento del centro. Aprovechando la llegada de Jean Horton, una otrora lustrosa diva de la ópera, tres antiguos compañeros suyos de profesión, Cissy, Wilf y Reginald, tratarán de convencerla para juntarse una vez más e interpretar el famoso cuarteto del acto tres de la ópera Rigoletto de Verdi, Bella figlia dell’amore, durante la efeméride. Sin embargo, para poder llevar a buen puerto semejante empresa, Jean y Reginald, con quien la diva estuvo casada anteriormente, deberán cerrar antes viejas heridas del pasado y caminar juntos hacia un nuevo presente.

El cuarteto es una película de actores, como era de esperar teniendo en la dirección a uno de los mejores intérpretes vivos de la historia del cine. Hasta tal punto es así, que Hoffman procura además rodearse de un rutilante reparto de maravillosos actores británicos encabezado por Tom Courtenay en el papel de Reginald, Pauline Collins como Cissy y, por supuesto, la ilustre Maggie Smith dando vida a Jean. La nota de humor viene dada, principalmente, por el polifacético actor, músico y cómico escocés Billy Connolly, que interpreta al personaje de Wilf. Tan ínclito cuarteto se encuentra perfectamente escoltado por grandes secundarios como el irlandés Michael Gambon y un nutrido elenco de instrumentistas y belcantistas del pasado con los que aportar algo de autenticidad y credibilidad al marco en el que se ambienta la historia.

El nombre de la residencia, por supuesto, alude al célebre Sir Thomas Beecham, uno de los más influyentes y respetados directores de orquesta del Reino Unido, famoso además por su cáustica y mordaz ironía. Algo que, por cierto, le habría venido muy bien a esta desangelada adaptación realizada por el escritor, guionista y dramaturgo sudafricano Ronald Harwood de su propia obra teatral homónima, estrenada en el West End londinense en el año 1999. Y llegamos así a uno de los principales problemas de esta película: como comedia, El cuarteto es menos divertida de lo que pretende ser, aquejada de unos diálogos carentes de mucha chispa y que se afanan, infantil e infructuosamente, en escandalizar mediante trillados comentarios de índole sexual. Nos referimos, por supuesto, al personaje interpretado por Billy Connolly, sobre el que recae, prácticamente, todo el peso cómico de la historia. En otras palabras, el humor de brocha gorda se impone, una vez más, al ingenio y la elegancia.

Por otro lado, la historia de reconciliación de Reginald con Jean se antoja excesivamente insulsa y avanza además a ritmos forzados, restando protagonismo, para más inri, a lo que debería haber constituido el grueso de la trama: la preparación del cuarteto para el susodicho concierto. La música, por tanto, pasa así a un discreto segundo plano, desplazada por cuestiones más mundanas. Todo esto da como resultado una película amable en su vitalista discurso, relativamente entretenida y agraciada en el apartado interpretativo, pero incapaz de cumplir en sus aspiraciones más cómicas. Correcta, en definitiva, a la par que intrascendente. ✭✭✭