CRÍTICA| Después de mayo

Olivier Assayas ha contado que Después de mayo (Après mai, 2012) es una extensión de L’eau froide (1994), su segundo trabajo como director. Lo argumenta manifestando que en ambas se habla de su pasado adolescente, aunque no en un sentido estrictamente autobiográfico. Por tal motivo, no es casualidad que en la película que nos ocupa se rescate el nombre de los protagonistas de L’eau froide, Gilles (Cyprien Fouquet) y Christine (Virginie Ledoyen) –aquí encarnados, respectivamente, por los actores Clément Métayer y Lola Créton–. En Después de mayo, Gilles es un estudiante de instituto inmerso en la agitación política y cultural que tuvo lugar en París en 1971, tres años después de que aquel espontáneo Mayo del 68 hiciera tambalear los cimientos del Estado francés. Como sus compañeros, Gilles alternará su compromiso radical e interés por la pintura con el amor y el sexo –materializado en las figuras de Laure (Carole Combes) y Christine–, aspiraciones todas ellas de diversa naturaleza que le llevarán a Italia y que le harán formarse, pero también encontrarse a sí mismo.

 

Este retrato colectivo, aunque centrado en la valiosa presencia de Gilles, parece contener significativos esbozos de la educación intelectual y estética de Assayas, la cual se puede rastrear en la meticulosidad de las localizaciones y decorados, en la profusión de datos históricos (insertados con minuciosidad en el relato de ficción) y en la aparición de documentos que acreditan la época retratada, ya sean los diferentes diarios izquierdistas que salían de las imprentas y que los jóvenes vendían a la salida de los centros de enseñanza, o la inclusión de canciones de los setenta, como las firmadas por Syd Barrett, Nick Drake, Kevin Ayers o Soft Machine, las cuales se conforman como parte importante de la historia que acontece a todos los personajes.

 

El inicio del film representa una buena muestra del dominio de la puesta en escena practicado por Assayas, capaz de sumergirnos abruptamente en una manifestación de un grupo de estudiantes reprimida por la policía acaecida a principios de 1971. Lo consigue, en algunas zonas del relato, mediante el uso de planos secuencia que dinamizan la narración siguiendo a sus protagonistas en variadas actividades, encuentros o reuniones. En este sentido, Después de mayo desprende una sensación de unicidad y limpieza narrativa que, justamente, se vio recompensada cuando el jurado de la pasada edición del festival de cine de Venecia decidió que el mejor guión le correspondía a Assayas. Y, asimismo, acierta en el tono claroscuro con el que retrata a este grupo de muchachos en perpetuo acelerón anímico y vital, un acercamiento especialmente afectivo y sensible pero en absoluto indulgente ni aleccionador; aunque también es cierto que no todos los compañeros que gravitan alrededor de Gilles y Christine interesan por igual –sus perfiles están bien dibujados y su presencia enriquece el paisaje humano que conformó esta peculiar comuna–, pero su relevancia dentro del relato se ve empequeñecido respecto a la de sus verdaderos protagonistas.

 

Después de abandonar la pintura, Gilles escoge el medio cinematográfico como forma de expresión artística. No es una elección caprichosa: en una de las secuencias, el padre del protagonista, guionista de una adaptación para televisión del inspector Maigret, es cuestionado por su hijo en cuanto la figura creada por Georges Simenon tiene de obsoleta en un período de relevante efervescencia política y cultural. Gilles se adhiere a un cine situado en los márgenes de la industria, el que configura documentales y películas militantes de afiliación izquierdista, es decir, una forma de creación que rechaza radicalmente la manera tradicional de contar historias. Aunque, finalmente (y sin necesidad de desvelar el final de la película, ambientado en un plató cinematográfico), toda esa rabia militante y ese deseo por cuestionar radicalmente los valores de la sociedad se transforme, quizás, en simple resignación o en un hermosa evocación hacia esa persona amada.

 

Tampoco es casual que Assayas decida introducir este aspecto en el proceso de aprendizaje de Gilles. Su pasado cinéfilo (escribió en “Cahiers du cinéma” en los ochenta) le delata, y su cine, anclado en una posición heterodoxa tan inteligente como inconformista, ha dado como resultado obras de excepcional significado: Irma Vep (1996), el fragmento Quartier des Enfants Rouges que formaba parte de Paris je t’aime (VV.DD., 2006) y la serie Carlos (2010) son joyas indiscutibles del cine europeo de los últimos años. Según Olivier Assayas, Gilles comprende por qué ha elegido el cine: la pantalla es el lugar donde un recuerdo puede renacer, donde lo que se ha perdido puede ser encontrado. 7.5/10.

 

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