Finales de los 80. Laurence (Melvil Poupaud) y Fred (Suzanne Clément) mantienen lo que parece ser una idílica relación romántica. Viven juntos en un piso pequeño y hacen listas sobre los pequeños detalles de la vida cotidiana que merman sus placeres y el tiempo que comparten juntos. Beben, ríen, bailan y se apoyan el uno al otro. Todo parece ir sobre ruedas. Pero Laurence tiene un secreto, el joven profesor de literatura lleva a sus espaldas una dura carga que no le deja continuar viviendo lo que él considera una farsa. Ama a Fred, se siente atraído por ella y la estima por encima de todo, ese no es el problema. La cuestión que pone su universo en jaque es que Laurence, desde que tiene uso de razón, se ha sentido una mujer en un cuerpo de hombre. La noticia devasta a Fred que, confusa, piensa que su compañero ha salido del armario y tiene intención de abandonarla. Pero nada más lejos de la realidad, Laurence no quiere que ella salga de su vida, tan sólo que lo apoye en su tránsito. Fred, aunque duda al principio, parece determinada a mantenerse al lado de su pareja.
El primer paso le ha llevado a Laurence a romper la mentira en la que ha estado inmerso durante 35 años pero, lo peor, quizás, está por llegar. Desde plantarse en el instituto con maquillaje y vestido con ropa de mujer, hasta darle la noticia a la familia de Fred o a la suya propia. Pronto la mirada implacable de la sociedad deja caer sobre la pareja una dura losa, una que promete presionarlos hasta que no quede nada del vínculo que los une. Los problemas y las incertidumbres van sumando y todo parece llegar a su fin. ¿O no? Porque si algo deja claro la cinta del jovencísimo director canadiense Xavier Dolan es que la transición personal y el duro calvario psicológico y físico al que se someten las personas que deciden cambiar de sexo es un proceso de larga duración y difícil recorrido, casi tanto como los conflictos y las distintas fases de una relación íntima.
Xavier Dolan, quien se diera a conocer en 2009 con su debut cinematográfico Yo maté a mi madre y, tan sólo un año más tarde, con la aclamada Les Amours Imaginaires, firma con Laurence Anyways su tercera película, siendo posiblemente ésta, de todas ellas, la que deje más poso en el espectador y la que más fácilmente pueda llegar a convertirse en un film de culto. Y no es que Laurence Anyways esté exenta de imperfecciones, ni muchísimo menos. No en vano, como sus antecesoras, la cinta peca de esa misma cualidad excesiva y gusto por regodearse en diversos artificios estéticos como el ralentí, que poco o nada aportan al film, y que parecen más propios de un estudiante de cine deseoso de probarle al público de lo que es capaz un cineasta respetado por la crítica y con una visión definida. Sin embargo, a pesar de estos lastres, la cinta sale a flote gracias a las poderosas interpretaciones de su pareja protagonista (magnífica, sobre todo, Suzanne Clément), quienes son respaldados a su vez por un buen puñado de secundarios que cumplen a la perfección con lo que sus roles demandan de ellos.
Además, con Laurence Anyways, Dolan parece haber ganado en madurez y en ambición (la historia que cuenta es ciertamente más compleja que la de sus anteriores películas) y el riesgo que Dolan corre al intentar trasladar su guión a la pantalla, aunque obtenga a menudo resultados irregulares, se agradece aunque sea sólo por la valentía que demuestra en algunas escenas. Cuando Xavier consigue dejar de lado su banal ensimismamiento estético, la cinta logra, a través de la potencia de sus personajes y de las situaciones que plantea, enmudecer al espectador, pues uno es consciente de que, en estos instantes, el film rezuma autenticidad y auténtica sabiduría. Puede que Xavier Dolan aún no haya encontrado un estilo propio (en su anterior film parecía querer seguir los pasos del director hongkonés Wong Kar-wai y aquí parece seducido por el estilo casi documental de Stanley Kubrick), pero talento no parece faltarle, y suponemos que con el tiempo Dolan llegará a encontrar su propia voz. 7/10.
