CRÍTICA| El hombre de acero

Se esperaba muchísimo de la conjunción creativa de dos de las personalidades más populares que ha dado el cine fantástico norteamericano en los últimos quince años. Nos referimos a Christopher Nolan –productor y artífice de la historia, junto a David S. Goyer, de El hombre de acero (Man of Steel, 2013)– y a Zack Snyder, el director responsable del nuevo retorno de Clark Kent que llega siete años después de Superman Returns. El regreso (2006), dirigida, con más empeño que acierto, por Bryan Singer.

 

Tanto Nolan como Snyder han logrado concebir una filmografía que aúna, en líneas muy generales, altas dosis de espectacularidad y un solemne sentido del respeto hacia un subgénero, el de superhéroes, que adquirió aires nuevos cuando Nolan instauró, con Batman Begins (2005), la trilogía dedicada a la figura creada por Bob Kane que completarían El caballero oscuro (2008) y El caballero oscuro: La leyenda renace (2012). Del mismo modo, Snyder tampoco es ajeno al formato cómic, ya que 300 (2006) y Watchmen (2009) adaptaban sendas novelas gráficas escritas y dibujadas por Frank Miller y Allan Moore & Dave Gibbons, respectivamente. Y aunque la forma que han tenido ambos directores de encarar sus adaptaciones sobre los diferentes superhéroes ha sido, en cuestiones de estilo, bastante alejada, sí existe un nexo en común que los identifica: un interés por reforzar los claroscuros morales de sus atribulados protagonistas y antagonistas, así como una pretensión por dotar a sus sombrías historias de un trascendentalismo que, en ocasiones, peca de excesivo. El hombre de acero no se escapa de esta apreciación.

 

La historia, aunque sufra importantes variaciones, no se desvía demasiado del esquema argumental que ha caracterizado a las diferentes películas sobre el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. En esta ocasión, y como principal novedad, sabremos algo más del planeta en el que viven los padres “biológicos” de Kal-El (Henry Cavill), Jor-El (Russell Crowe) y Lara Lor-Van (Ayelet Zurer), salvadores de su recién nacido tras enviarle a la Tierra con motivo de la inminente destrucción de Krypton. A continuación, una elipsis de treinta años forzará a que se sucedan una serie de flashbacks que relatan, a modo de recuerdos del protagonista ya adulto, la infancia y adolescencia de Clark en Smallville, Kansas. En dichas evocaciones conoceremos a sus padres adoptivos, Jonathan (Kevin Costner) y Martha Kent (Diane Lane), y seremos testigos de su difícil relación con los compañeros de escuela, básicamente por esa condición de chico extraño y singular sabedor de que le pertenece un poder extraordinario que también le tortura.

 

Y, como no podía faltar en todo relato de superhéroes, la presencia de la chica y el villano de la función también adquiere en El hombre de acero su debida importancia. Amy Adams como Louis Lane y Michael Shannon como el General Zod aportan su magnética y prestigiosa presencia a unos roles que intentan, en esta ocasión, ser más relevantes en su difícil relación con Superman, aunque, en realidad, tales personajes resultan desaprovechados y carentes del interés que podían despertar inicialmente.

 

Es la sensación generalizada que desprende este nuevo Superman, incapaz de otorgar un necesario sentido de la maravilla a las extraordinarias cualidades del superhéroe y preocupado, en cambio, por ofrecer un espectáculo más ligado a la ciencia ficción catastrofista que a la simple e ingenua aventura que tan bien supieron entender, y plasmar en imágenes, Richard Donner y, en menor medida, Richard Lester. No es nuestra intención invocar un arrebato nostálgico per se, sino certificar que el nuevo rumbo que ha tomado el Superman de Snyder (y Nolan) no está a la altura de sus precedentes, máxime cuando esta ambiciosa empresa cinematográfica está, en alguna de sus partes más significativas, deficientemente escrita y rodada y, lo que es peor, obstruida por una hiperbólica sacudida de pirotecnia basada, cómo no, en una consabida (es la norma general en cualquier blockbuster que se precie) concentración de sonido atronador, montaje confuso y avalancha de laboriosos efectos visuales.

 

Que El hombre de acero recuerde Independence Day (Roland Emmerich, 1996) no es una buena señal, pero lo consigue cuando la invasión alienígena emprende la destrucción, por todo lo grande, de la metrópoli de turno. Tampoco lo es cuando en el prólogo del film, ambientado en el planeta Krypton, resuena (para mal) el diseño de criaturas creado por ordenador que George Lucas incluyó en su segunda trilogía de Star Wars, así como el abigarrado diseño de producción, tan deudor del universo de H. R. Giger. Si además, añadimos el don de ubicuidad del personaje de Louis Lane en las situaciones en las que Superman intenta salvar el mundo, y sumamos la misteriosa presencia de Jor-El resucitado e indicando a la intrépida periodista cómo eliminar a los villanos liderados por el General Zod, la risión está más que asegurada.

 

Al menos, Snyder sabe planificar con cierto criterio dos de las mejores secuencias del film, la que tiene lugar cuando Clark, de niño, salva a sus compañeros de morir ahogados al caer el autobús en el que viajaban (un simpático guiño al Superman de Donner) y la desaparición de su padre por culpa de un tornado, un momento dramático algo impostado pero que legitima la personalidad visual (aunque en el conjunto final apenas se note) del, antaño más inspirado, director de Amanecer de los muertos (2004). También se salva del desastre la seductora presencia del actor británico Henry Cavill, capaz de otorgar a su personaje una atractiva dosis de necesaria humildad, generoso heroísmo y prudente sentido del humor. Pero, ni aún así, El hombre de acero cumple con las mínimas expectativas. 4/10.

 

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